Nadie duda de que la realidad social y económica está plagada de escollos. Que para afrontar un problema, para solucionarlo, bueno, definirlo es fundamental, y no parece que nadie lo dude. Lo que se ha cuestionado es la capacidad para hacerlo, de quienes, por delegación, parecen ser los responsables de esta definición.
Estas personas ejercen responsabilidades delegadas en el ámbito económico y laboral, ya sea sindical o comercial, o en el ámbito político. Bien porque son incapaces de analizar todos los múltiples factores que condicionan las realidades problemáticas vividas a diario, o porque no tienen la intención de hacerlo, o por dos motivos, la verdad y la verdad es que a medida que pasan los días, los meses, los años y estas inquietantes realidades se vuelven más inquietantes. Temas como las pensiones, el paro y la robotización de la producción, el descenso de la natalidad, el envejecimiento de la población, el cuidado de la dependencia, la España vacía, la España olvidada, el sistema sanitario público, cambio climático, contaminación … se repiten y reiteran sin ver acciones que permitan concluir que se han definido estrategias para enfrentarlos y darles respuestas. En una situación de pandemia, casi todo parece más que complicado.
Que las cosas van muy mal, que no solo la “curva” de las infecciones, siendo graves, es importante. Esta vida pasa y seguirá haciéndolo más allá de esta situación excepcional. Que cuando salgamos de esto … ¿alguien sabe lo que va a pasar? Y si políticamente, más allá de discutir la cuestión de si el toque de queda debe fijarse a las 20 horas oa las 22 horas, no está previsto nada, en el ámbito sindical la cuestión es más obvia, porque desde hace décadas no había una estrategia sindical que discutir. ninguna de las situaciones dramáticas que vive la población trabajadora, o medio trabajando o no trabajando, lo necesita.
Los mecanismos que puede utilizar un sindicato para persuadir a los legisladores de la necesidad de hacerlo en una determinada dirección han sido obsoletos desde hace mucho tiempo. La historia de «ir a la corte» se manifestó así: una historia. Primero, porque su demora corrompe los problemas y es como si no hubiera justicia, lo que tanto se proclama. Pero, además, el poder judicial se ha complicado con las leyes vigentes que poco o nada tienen que ver con la justicia. La paz social es una condición indispensable de la economía capitalista que desarrolla su diabólica estrategia de someter todo lo humano a la acumulación de plusvalías. No hay disturbios, disturbios, huelgas efectivas, etc. que perturben la «libertad» del capital y las mercancías, la libertad de hacer negocios sin restricciones. Los sindicatos, más allá de atender las demandas de las personas afiliadas a ellos, que comprenden naturalmente sólo lo que es suyo y nada o poco del bien común, están en el campo del ahorro mismo que puede, sin especificar ninguna estrategia que actúe para responder. los grandes problemas mencionados anteriormente. Más allá de las buenas palabras, vacías de acción, nada se escucha y confina a sus premisas sindicales, confinadas dentro del estrecho margen legal que permite el sistema, representan el papel de extras imprescindibles en esta perversa pandemia y tragedia socio-económica y política de los derechos adquiridos. Y hay quienes dirán: ¡Oye, sería mucho peor si no existieran! Y tal vez tenga razón, aunque no existieran, la gente se daría cuenta, como en los primeros días del sindicalismo, de la necesidad de sindicalizarse. Porque la extrema necesidad permite definir socialmente el problema. Y solo un esfuerzo colectivo puede resolverlo, cambiando verdaderamente la situación de maldad que cada uno soporta individualmente lo mejor que pueda.