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Salud en Almería | Los ataques a los baños de Almería se disparan a niveles previos a la pandemia

18 julio 2022

Según datos facilitados por el sindicato CSIF, el año pasado cerró con una media de diez ataques al mes

Tras un primer año de pandemia en el que se precipitó el triste fenómeno de los asaltos a sanitarios, entre otras cosas, por las restricciones que durante muchos meses lastraron el acceso a los centros de salud, en 2021 saltaron a niveles sin precedentes en los últimos cinco años.

Según información elaborada por la Consejería de Salud y Familias y facilitada por el sindicato CSIF, el año pasado se registraron 88 agresiones a profesionales adscritos al Servicio Andaluz de Salud (SAS) en Almería. Lo que muestra un promedio de poco más de siete ataques por mes. De estos, 67 fueron verbales, consistentes en insultos o amenazas, y el resto fueron físicos. Esta última cifra, las 21 agresiones físicas, es la «más preocupante» para CSIF.

Según los datos facilitados por el Colegio de Médicos de Almería, al menos en lo que a médicos se refiere, se produce un aumento significativo de las agresiones sufridas y denunciadas en los últimos cinco años, con especial fuerza si comparamos los datos de 2021 con los de antes de la pandemia. Además, en tan solo un año se han incrementado un 25% los ataques a aseos, según el citado sindicato, debido a «la falta de personal y la mala gestión de la administración sanitaria». Esto provoca la tensión que se vive en la atención primaria hoy en día.

Tal y como explica Matilde Núñez de CSIF Salud, la situación de saturación de los centros sanitarios es una de las causas más importantes de este aumento, que en ningún caso, pase lo que pase, está justificado. Los datos en poder de Matilde Núñez, extraídos de la información presentada en su último análisis por el ministerio del ramo, deja en claro que seis de cada diez ataques ocurridos el año pasado tuvieron como base la atención primaria.

Le siguen los servicios de Urgencias y Admisión, en los que suele haber roces constantes con quienes no asumen que a veces su problema no es tan apremiante como otros. Pero no siempre hay causas. Según este estudio, en el 20% de los casos no existe un motivo desencadenante. La representante de CSIF criticó lo que llama un «flagelo intolerable». A continuación, denunció que los sanitarios han pasado de los aplausos y homenajes a «continuos e injustificados desacatos, malas maneras e insultos».

Una situación difícil que, además, no representa la realidad de una situación aún peor de lo que dicen las estadísticas. Desde el Sindicato de Enfermería (Satse), Fayna Gómez estima que “la mitad” de las agresiones que ocurren no son denunciadas.

Como se indica, estos datos son recogidos por la Junta de Andalucía directamente por CATI. Olo, que es lo mismo, del documento para la comunicación de accidentes de trabajo y lesiones Cuando un profesional es agredido, debe seguir un protocolo que lo primero que implica es denunciar todo lo ocurrido a través de un informe. Pero muchos no. Lo que revela es que hay profesionales que no se atreven a denunciar estos desagradables incidentes por miedo a represalias por parte del agresor, que en muchos casos, sobre todo en los centros de salud de las aldeas, conocen a la víctima o saben cómo localizarla. eso.

Asimismo, “otros se ralentizan al tener que seguir el protocolo sanitario del Consejo, que en muchos casos aburre, por lo que prefieren no meterse en nada”, apunta Gómez, que lamenta que sean precisamente los profesionales de enfermería los que más lo sufran. de estos eventos. “Somos los que dedicamos más tiempo a los pacientes”, recuerda esta mujer, que pide más control y mejores medios para paliar las carencias que existen en el servicio sanitario, que en muchos casos es el germen que dispara la chispa.

En la misma línea se mueve el sindicato CSIF, pidiendo también que se endurezca el régimen sancionador establecido en los casos de agresión a los empleados públicos con fines disuasorios.

“El problema no es la denuncia sino sus repercusiones, porque te dejan en paz”

Ana tiene miedo de ir a trabajar. Sucede porque en febrero la amenazaron de muerte en urgencias. Y sólo para hacer su trabajo. Esta doctora no entiende muchas cosas que se han establecido como normales en su trabajo diario. “La sensación es que te tienes que acostumbrar a los malos modales, a los insultos, cuando las condiciones laborales también son malas”, critica esta mujer, que asegura que cada vez es más habitual tener que lidiar con comportamientos que deberían ser inaceptables.

El último episodio que sufrió de este tipo dice que le cambió un poco la vida. Explique que estaba dando de alta a un paciente con un residente de primer año. Los dos estaban con ella en urgencias cuando de repente entró el marido de la paciente con un «tono violento y amenazante». Se quejó de que su esposa no había sido tratada antes.

Ana se levantó para intentar sacarlo de la visita, ya que los acompañamientos son limitados, y cuando estaba a punto de cerrar la puerta, llegó el hijo de la paciente, “aún más alterado”. Con los mismos argumentos que su padre, él también se coló en la consulta y amenazó al médico, que se vio obligado a apretar el botón de pánico. “Me dijo que tenía que matarme y levantó la mano. El padre se lo tuvo que llevar, y mi conciudadano también, y por suerte, porque si no sé qué hubiera pasado”, cuenta esta mujer.

Lo primero que sintió fue miedo y luego impotencia. Sensaciones que aún no lo han dejado. Aunque lograron dar caza a estas personas y ella elaboró ​​el informe de los ataques, el llamado CATI, se niega a reportar nombres y apellidos. «El problema no es la denuncia, sino la represalia. Conozco a la familia, son problemáticos, viven frente al centro de salud donde trabajo. Si hubiera podido poner una denuncia con el número de mi colegio ya lo hubiera hecho, pero no me dejan y tengo miedo”, explica esta mujer, que se queja, con frustración, de que en estos casos “solo el profesional queda.” “No hay derecha”, se queja esta trabajadora de la salud, que no se quita el estrés.